Namibia es uno de los destinos necesarios para los amantes de los grandes desiertos y de los espacios abiertos ilimitados, con dunas altas como montañas, destelleantes lagos de sal y extensas planicies de sabana. Allí se encuentra el Namib, el desierto rojo, un ondulado mar de arena que se extiende más allá de un centenar de kilómetros, desde su encuentro con una costa invadida de barcos muertos sobre la playa, hogar de millones de pájaros marinos y de la mayor colonia de focas de África.
El camino nos llevará desde el silencio del valle de dunas y acacias muertas de Deadvlei hasta el Damaraland, uno de los pocos escenarios vírgenes que todavía quedan en el mundo. Atravesaremos lugares tan diferentes como Solitaire o una vieja mina de diamantes habitada ya solo por un grupo de leones marinos. Pasearemos por la ciudad de Swakopmund, extraña mezcla que nos lleva a una antigua ciudad de Baviera encajada en África entre las dunas del Namib y la costa del Atlántico. Veremos atardecer en Costa Esqueletos, en la soledad de las dunas de Torra Bay y dormiremos junto al fuego al pie de Spitzkoppe, las rocas sagradas de los bosquimanos que se alzan vigilantes sobre las tierras del Kalahari.
Continuaremos hacia el norte, rumbo al Kaokoland, por caminos infinitos de tierra ocre, baobabs y remotas aldeas himbas y herero. Por allí habitan también el elefante del desierto, jirafas reticuladas y el rinoceronte negro. Atravesaremos el Parque Nacional de Etosha, una de las mayores reservas de África, en cuyas charcas es muy posible divisar a los Cinco Grandes.
Completaremos el recorrido disfrutando del lujo en una reserva privada, descansando del viaje, realizando safaris y asimilando todas las experiencias vividas durante uno de los recorridos más variados e increíbles de África.